domingo, 6 de mayo de 2012

Ganó Hollande ¿Y hora qué, Rubalcaba?

La victoria de Hollande en Francia puede suponer un antes y un después para la política económica de la Unión Europea. El triunfo del socialista, menos holgado a priori del que se suponía a tenor de la remontada de su contrincante es, como han venido vaticinando los 'expertos' a lo largo de estas semanas y meses, una llamada de atención a las políticas antiestímulo auspiciadas por el hasta ahora eje Merkel-Sarkozy y seguidas hasta la extenuación de la población por Mariano Rajoy, entre otros dirigentes. 

No obstante, sin esperar un giro de 180 grados en las políticas llevadas a cabo hasta el momento desde el Elíseo, sí que se auguran cambios importantes que, curiosamente, pueden beneficiar en especial a España y, por ende, al actual Gobierno, con decisiones sobre la tensión de cumplir los plazos del déficit. 

Hollande tiene una complicada tarea por delante. Ahora se conocerán las cifras reales de Francia en lo que a cuentas públicas se refiere, y a lo mejor se encuentra con alguna sorpresa. El nuevo líder socialista francés no puede caer en los cantos de sirena de los neoliberales, tal y como sucedió, por ejemplo, con Zapatero en España. Es lo que le reclaman sus conciudadanos y por eso le han votado. Sinceramente no creo que su llegada al poder llegue acompañada de medidas drásticas contrarias a las puestas en marcha por su predecesor; sin embargo, sus gestos sí serán vistos, mal o bien, por el resto del viejo continente, de ahí que escenifique alguno pronto, tambien acuciado por las legislativas de dentro de un mes. No serán grandes medidas, pero sí significativas.

Su triunfo supone también un acicate para el resto de la socialdemocracia europea, abandonada a su suerte por sus propios errores. Dejar que los líderes conservadores hayan marcado la pauta a seguir ha sido una apuesta claramente a la baja en términos domésticos, con pérdida de gobiernos en la mayoría de los países. Hollande (junto con la derrota de los conservadores y liberal-demócratas en el Reino Unido), el castigo a esas políticas neoconservadoras y el resurgimiento de las formaciones de ideología extrema, en especial de derechas, son las patas sobre las que se asienta el nuevo orden de la UE. 

En España, a pesar de la pérdida creciente de popularidad del actual Gobierno de Rajoy, la oposición encabezada por Rubalcaba no termina de llegar a la ciudadanía. Con seguridad esto se debe a que el exministro del Interior y actual secretario general del PSOE sigue siendo visto como el sucesor de unas políticas, las de Zapatero, a las que se achacan la actual situación. De nada sirve recordar los desmanes de Aznar en materia de políticas urbanísticas, germen del 'ladrillazo' actual no corregido por su sucesor en la Moncloa; a los españoles el período 1996-2004 les queda muy lejos, fundamentalmente porque no saben si mañana van a tener trabajo. 

Rubalcaba tiene que extraer sus propias conclusiones de la victoria de su homólogo francés y lo debe de hacer desde una perspectiva constructiva y de futuro; si no es así, la travesía en el desierto de los socialistas será más prolongada de lo que muchos vaticinan. Si por el contrario, esa renovación de la que se ha hablado en innumerables ocasiones se hace efectiva, entonces Rajoy tendrá un problema serio para cumplir los cuatro años de legislatura.

En definitiva, Hollande con su acceso al Elíseo abre una puerta a la esperanza de los partidos socialdemócratas europeos. Ahora depende de ellos el regreso a postulados que abandonaron guiados por esta crisis. En España, si el PSOE no toma nota, verá surgir en su seno voces discrepantes que le perjudicarán en su recuperación, recordando episodios de no hace mucho. Rubalcaba tiene la palabra.

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