sábado, 23 de febrero de 2013

El país que no quiero para mi hija

Hace unos meses decidimos mi mujer y yo no llevar a nuestra hija Paula de 3 años al colegio para apoyar de esta manera la protesta que la comunidad educativa llevó a cabo contra los recortes en materia educativa. Recuerdo que un día antes, justo cuando recogí a la pequeña en el cole y regresábamos a casa en coche, traté de hacerme el buen padre intentando explicarle por qué al día siguiente no iría a clase. No me dio tiempo puesto que en el momento que llegué a "mañana Paula no irás al cole porque protestamos. ¿Y por qué protestamos papá? Pues porque ahora mismo... Ah, ya sé, para que no nos quiten nuestro cole, a Lola (es su profesora), nuestra casa, a perrito (el peluche con el que duerme)... Sí hija, algo parecido a eso". Seguramente, en las conversaciones con sus compañeros del cole salió el asunto y ellos sacaron sus propias conclusiones y establecieron, claro está, sus propias escalas de valores. Supongo que en mis tiempos de parvulario también tenía este tipo de charlas con amigos del colegio pero, con sinceridad, no lo recuerdo.

En una jornada de protestas por todo el país como la de hoy, es buen momento para no olvidar algunos de los valores que nos han definido como nación y que van más allá de la unidad territorial que defienden ciertos sectores como lo más importante; o de la defensa de una monarquía que, a la vista de los acontecimientos, está más que en entredicho, o de una bandera que algunos han tratado de monopolizar en su propio interés. Los principios a los que me refiero tienen que ver con la solidaridad y la humanidad. 

Precisamente, estos se encarnan, o se encarnaban, en los pilares del estado del bienestar y, en especial, en la educación y la sanidad públicas. En abril hablé de los cambios propuestos por el ministerio de Sanidad para nuestro sistema, llegando a la conclusión de que los mismos traspasan líneas rojas (o azules, me da igual el color) por las que tanto se ha luchado en este país desde el regreso de la democracia.

Ante una noticia como ésta ("Un boliviano denuncia la muerte de su esposa tras ser rechazada en un ambulatorio por no tener papeles") publicada por www.lamarea.com uno se pregunta qué hemos hecho mal para llegar a tal situación. Nos hemos olvidado de que este país ha sido exportador de mano de obra y alguien se ha encargado de decir que "en realidad los españoles que salían en la época de la gran emigración lo hacían con contrato". Lo más grave es que muchos se lo han creído y eso que quienes suelen hacer afirmaciones de este calibre han tenido en su vida todo hecho por aquello de pertenecer a 'buenas familias', es decir, que la información más próxima que han tenido para saber qué era y qué supuso el éxodo masivo de compatriotas durante el franquismo (millones de ellos) ha sido en libros o en charlas del Movimiento. Es algo parecido a lo que sucede ahora con los que dicen que volvemos a emigrar por el 'espíritu aventurero de los jóvenes'.

El tratar al extranjero como apestado únicamente nos sitúa en el escalón más bajo posible. Una ministra de Sanidad cuyo mayor mérito profesional es demérito como política ha sido el altavoz de una reforma sanitaria que está dando sus primeros pasos y cuyas consecuencias son nefastas. Bajo el paraguas del despilfarro se justifican una serie de recortes que son claramente ideológicos. Si una persona muere porque no tiene dinero para pagarse las medicinas, el tratamiento o una consulta, alguien tiene que dar explicaciones. 

La noticia de esta mujer no deja claro que haya una relación causa efecto (según señalan algunos testigos mencionados en la información) entre la muerte y la falta de atención. Sin embargo, este es el primer caso (que se conozca) y mucho me temo que habrá más. Este país con cuyo nombre algunos se llenan la boca al pronunciarlo no puede perder esos valores que lo han caracterizado solo porque unos pocos (o muchos, según se mire) lo utilizan a su antojo y únicamente por intereses personales. 

¿Cómo le explico a mi hija de tres años algo así?

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