sábado, 7 de septiembre de 2013

El final de las primeras vacaciones escolares (1ª Parte)

Paula en la Batalla de Flores de Pontevedra
Dos meses y medio han transcurrido desde que Paula empezara sus vacaciones. Todo ha sido un acontecimiento para ella. Con su corta edad, vive todo lo nuevo con una intensidad que ya me gustaría a mí. Si a esto le añadimos que (aquí viene el comentario de padre orgulloso) es una niña muy lista, diría incluso que listísima, entonces la conclusión es que su capacidad para comprender le permite observarlo todo con ojos... Vamos a ver, la realidad es como en todas las familias. Dejémonos de calificativos grandilocuentes porque para mí, la pequeña Paula es la más en todo lo bueno y la menos en todo lo malo, es decir, nada diferente a lo que le sucede a cualquier padre con sus hijos.
Regresando al tema, han sido semanas intensas. Sin duda es el período de tiempo de su corta vida en el que, tal vez, he apreciado más cambios, en especial en comportamiento. Darían para un libro las anécdotas de su debut vacacional pero me voy a quedar solo algunos ejemplos que tratan de ser una compensación a la 'chochería' de quienes somos padres y creemos que con ellos se ha roto el molde.

Empezaré por el descubrimiento de los cachivaches de feria que no entraba en el catálogo de diversión de Paula... hasta ahora. Nosotros, cada vez que alguien nos proponía pasear por esas fiestas de Dios tan tradicionalmente españolas, acudíamos con la tranquilidad de saber que nuestra hija no entraría en el juego de las atracciones, con el ahorro económico que conlleva... hasta julio. Todo cambio ese mes, en las fiestas del pueblo donde residimos. Una vuelta, otra, a la tercera dejamos de hacer fotos con el móvil para inmortalizar el momento y en la cuarta decidimos poner freno... y ahí apareció el primer berrinche, la pataleta porque se lo estaba pasando muy bien con su amiguita y nosotros, sus padres, sus progenitores, coartábamos su libertad. ¡Ya, ya! en una hora y media la libertad de Paula tuvo un coste de 3 euros por vuelta en cachivache, más 4 euros de chorrada variada cuyo encanto dura hasta la mañana siguiente y otros 4 porque a la niña, después de cenar en casa, le apetecen unas patatas fritas (aceite con algo duro) con ketchup y el palito para cogerlas, que es en realidad el truco para pillar a los más pequeños. Ahora entiendo la campaña de publicidad de una conocida marca de refrescos 'sin nada'. Al final la experiencia salió en... un pico de euros. Pero fue solo el principio. Durante la estancia en Galicia, coincidiendo con las fiestas de Pontevedra, el pensamiento que me surgió aquella noche en el pueblo se confirmó: había nacido el monstruo de las atracciones de feria, churros, algodones de azúcar y tómbolas.

Su primera vuelta en una atracción
Una aclaración y un consejo. No es que seamos los más listos del lugar porque seguramente la idea procede de alguna mente privilegiada y después se traslada a través del boca a boca, de la tradición oral más empírica. Ante lo que se nos venía encima puesto que Paula, antes del viaje hablaba de las fiestas de Pontevedra como de un acontecimiento nuevo y único para ella, con tantas atracciones, con tantas tómbolas, en definitiva con tantas cosas por descubrir con la cartera por delante, decidí tomar cartas en el asunto. De este modo, ante el aluvión de gasto en fiestas que se avecinaba y utilizando lo de vivir fuera (sí, así de ruínes somos a veces los padres) para ablandar corazones, adoctriné a la pequeña para que en alguna sobremesa festiva y tras deleitar a los presentes con una de sus canciones (¿He dicho ya que tiene una voz como los ángeles?), pasara el platillo, o lo que es lo mismo, cobrara los royalties correspondientes al concurrido y entusiasta público. Algunos puritanos ya estarán pensando en lo de la explotación, en la vergüenza de poner a una hija a cantar delante de sus familiares a cambio de dinero... Sí, sí, lo que quieran pero la jugada funcionó y Paula se autofinanció sus visitas a la feria que, por cierto, ¡no perdonó ni un solo día!

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