viernes, 21 de diciembre de 2012

La última limpiadora


Hoy, el día que según los mayas se acaba el mundo, el salón de actos del Complexo Hospitalario Montecelo de Pontevedra, ha acogido el homenaje que las autoridades políticas han rendido a aquellos trabajadores que, formando parte de la administración pública, han llegado a la edad de jubilación, una fase que ahora mismo se encuentra de plena actualidad por motivos nada positivos, aunque estos ahora no vienen al caso. Médicos, enfermeros, celadores, administrativos y ella, la última limpiadora que todavía formaba parte (en realidad aún lo es hasta el día 25 de diciembre) de la plantilla de empleados públicos del Servicio Galego de Saúde (SERGAS).

Se llama Carmen y sé de muy buena tinta que no quería asistir al acto porque que “hago yo allí entre tanta gente importante”. Así es ella. Todos estos años trabajando en las clínicas primero de Raxó, de Poio y ahora de Combarro le han servido para ganarse el respeto y el cariño de sus compañeros y usuarios. Carmen ha cumplido con sus años de servicio a la administración con un desempeño admirable y por su cabeza ha pasado el continuar más tiempo pero “tal y como están las cosas ahora, cualquiera se fía, no vaya a ser que al final me quede sin pensión”.

Más de treinta años trabajando, primero para el Instituto Social de la Marina y luego para el SERGAS, le han permitido encontrarse con monjas cuya mayor cualidad era la de olvidarse de los valores que conlleva el hábito, inspectores de Sanidad que siempre miran por encima del hombro (lógico, “yo sólo soy la limpiadora”), políticos que se creen por encima del bien y del mal y dominan el ordeno y mando, en realidad es lo único que dominan; más de tres décadas conociendo a gente. Llorando cuando Manuel, el hombre mayor que cada semana no faltaba a su cita con el médico, dejó de pasarse por la clínica por no poder superar su enfermedad o no vencer a la edad.

Por desgracia en este tiempo ha habido muchos Manueles y Ángeles y… lágrimas de angustia y pena hacia personas con quienes mantenía esa particular relación de idas y venidas a la consulta. Aunque también sosiego que tomaba la forma de sonrisa cuando la intranquilidad del turista que llegaba encontrándose muy mal se convertía en alivio al saber sólo se trataba de un susto; “ve cómo al final no era nada”, contestaba Carmen; o cuando la vecina de Combarro logró vencer la mordedura del bicho del cáncer.  Porque eso ha sido Carmen, una mujer a la que el buen humor y sus ganas de vivir y ayudar han acompañado cada día de trabajo.

De ese carácter y de las bromas para animar a los demás han sido testigos quienes a lo largo de estos años han formado parte del plantel de la clínica, de forma permanente o esporádica.  Ellos pueden ratificar todo esto.

Ahora le toca descansar, se lo ha ganado. Muchos años trabajando, primero en Holanda (sí, Carmen también fue emigrante) y luego en el local que el Instituto Social de la Marina tenía en San Roque. Conozco bien la historia. De hecho hoy me hubiera gustado estar presente en el homenaje, pero desde Madrid también le hago llegar mi admiración. A pesar de ese complejo que parece que la ha acompañado estos años por el que se siente inferior por ser la señora de la limpieza, Carmen o Cate (como la conocen sus seres queridos), ha sido una luchadora y ahora le llega el momento de disfrutar de sus nietas, su marido, sus hijos, en definitiva, de su familia.

Se lo ha ganado. Lo sé de primera mano, no en vano, Cate, Carmen, la última limpiadora, es mi madre.
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