martes, 1 de octubre de 2013

Las lecciones de paciencia de Paula (con destino a su padre)

En un día de lluvia, en una ciudad cualquiera de este país, todo el mundo utiliza el coche. Lo primero que decimos es aquello de "¡ahora al centro con esta lluvia! pero si todo dios va en coche". No nos paramos a pensar que quien decide usar su vehículo es uno mismo, pero ya se sabe que consejos doy (damos)... Esta es una historia real, como la vida misma. Ahí iba, la pequeña Paula, en su sillita con Isofix; solo verla a través del espejo retrovisor daba pena. La supersilla de marras de ¡200 euros y de rebajas! es 'superguay' pero cuando mi niña recibe la visita de Morfeo (porque para la mayoría de los niños los coches son como las películas de cine iraní de autor para la mayoría de sus papás) y observas lo que le ocurre, uno se acuerda, y no para bien, de los inventores de estos artilugios.


Señores, la cabeza se les cae. Y los del negocio en cuestión contestarían: "seguro que no la ha instalado usted correctamente". Ya, ya, pero con la otra silla, la que no es de marca y cumple todas las normas de seguridad por menos de la mitad del precio, cuando tenía que dormir, Paula lo hacía sin que su papá tuviera verdadero temor a frenar por si su cabeza salía a la misma velocidad que el balón del penalti de Ramos.

Pero volvamos al principio. Es un día que se desarrolla sin más complicaciones de las normales. Una mañana en la que he logrado vestir a la pequeña sin protestas y en un tiempo razonable, incluso consigo convencerla de que con una o dos muñecas es suficiente porque solo vamos a recoger a mamá. Todo va bien hasta que sales a la calle para ir al coche y ves que llueve. El fenómeno meteorológico provoca que un resorte salte en el interior y comiences a pensar en todo lo malo que conllevará un viaje de apenas 15 minutos. "Con este tiempo hoy no se puede andar con el coche..." "por qué tenemos que ir al centro" "esta mujer ya podía esperarnos en otro sitio" "estará todo atestado de gente con sus paraguas que quiere cruzar por cualquier sitio y como llueve... tú te ves en la obligación de dejarles pasar" "es el fin del mundo pero sin armas nucleares..."

Sí, hay que reconocerlo. En unas condiciones como estas, cayendo cuatro gotas, nos ponemos un poco histéricos... y todo esto antes de arrancar. Enciendo el coche y Paula y yo comenzamos el viaje. Llegamos a una rotonda en la que a alguien se le ocurre saltarse cualquier ética de conducción, si es que esto existe. Ahí comienzan mis juramentos. Trato de hacerlos para mí mismo, con el fin de evitar que por esta boquita que Dios, o quien sea, me ha dado aparezcan exabruptos propios de un neanderthal.

Sin embargo, en el feliz país de las rotondas (y resaltos), en la siguiente, otro energúmeno, supongo que con el mismo buen humor que el mío, decide torear la ética y la estética para realizar una maniobra propia de Carlos Sainz. Y claro, ahí salto. "Eres un..." "No tienes ni ... idea" "En la tómbola del jamón te han relado el carné, gili..." Evidentemente, los puntos suspensivos, en el fragor de la batalla, están ocupados por letras perfectamente equilibradas, situadas en los lugares señalados por la tradición y la Real Academia de la Lengua, con el acompañamiento de un vocerío propio de un concierto de ultras y todo, además, aderezado con los gestos adecuados al momento en cuestión (dedo anular en ristre).

Las palabras y los ademanes van de la mano de mi rostro que en el instante más álgido y creativo, como el minuto de oro en televisión, luce un tono 'colorao' similar al de una gamba, con su vena hinchada y todo.

Pasado el incidente, porque como vienen se van, y ya recuperado mi rictus habitual (avinagrado) de los conductores para los días de lluvia, una vocecilla desde la parte de atrás inicia su particular análisis de la situación.

- Papá, por qué te pones así.
- Hija, es que hay gente que parece que no sabe conducir.
- Ya, pero has dicho muchas palabrotas. Le has llamado cabrón y eso no se puede decir.
- Tienes razón Paula, lo siento pero... papá... se ha puesto nervioso
- ¿Por qué?
- Pues porque ese señor podía haber provocado un accidente y claro... eso... no puede ser.
- ¿Por qué?
- Porque las cosas no se hacen así. Es como cuando tú haces algo que no debes y yo o mamá te regañamos y te explicamos por qué ese tipo de cosas no se hacen.
- Sí, pero no me decís palabrotas.
- Es verdad, hija.
- A lo mejor, si al señor se lo dices así, como a mí, no te enfadas. Además, las cosas se dicen por favor y si tú a ese señor se lo pides por favor seguro que te hace caso.
- ...Hummm... tienes toda la razón, cariño. A partir de ahora lo haré como tú dices.
- No papá. Es como me dices tú que tengo que hacer yo las cosas.
- Está bien. Intentaré no reaccionar así. 

Y ante esto ¿cómo se queda uno? Planchado, para qué explicar más. La reacción de Paula respondió a lo que yo, su progenitor, trato de inculcarle, es decir, respeto, educación, buenas maneras y... ¡nada de palabrotas! Un instante, un minuto, unos segundos son suficientes para echar por tierra muchas cosas. Aprendemos cada día de nuestros hijos. Pero como hacemos muchos adultos, rompemos las reglas de la convivencia por... nada o casi nada.

Para relajar el ambiente os dejo el tema By the way de los Chipis (así es como Paula llama a Red Hot Chili Peppers)


Dice mi hija que le gusta esta canción y yo me pregunto: cuando sucedió el incidente en el que la pequeña me puso en mi sitio al ver mi reacción ¿Iba yo escuchando esto? ¿Habría relación causa efecto?

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